Silvia se dedica desde hace 15 años a la venta ambulante de café en la puerta de la Estación Constitución, en la Ciudad de Buenos Aires, que es la estación más grande y transitada de Argentina, nucleando ramales de ferrocarril metropolitanos, de larga distancia y subte. Silvia nació en Perú y vive en Argentina hace 16 años, y desde entonces se desempeña en el rubro de la venta callejera, con sus idas y vueltas en cuanto a la autorización legal de la actividad.
A los 33 años, llegó a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes. Anteriormente trabajaba en la municipalidad de su pueblo, pero necesitaba ver otras alternativas para su vida. “Vine y dije ´si me va bien en buena hora´, me gustó el país, me encantó todo, la gente, prácticamente me enamoré de Argentina” relata Silvia, y también cuenta que sus hijos se adaptaron inmediatamente.
Sin embargo, no fue fácil. Como tenía que criar sola a sus tres hijos, la venta ambulante, por sus horarios y su dinámica, le permitía generar un ingreso. Además, al principio, sin tener documento de identidad argentino tampoco tenía muchas chances de obtener empleo en relación de dependencia. Comenzó trabajando en un puesto de venta de panchos, milanesas y hamburguesas en la Estación Constitución hasta que ese local cerró. Silvia tenía un familiar que se dedicaba a la venta de café, y vio que trabajaba muy temprano en las mañanas y en la tarde estaba libre para dedicarse a cuidar a su familia. El primer changuito de café se lo prestaron y ahí comenzó en el rubro cafetero.
Hoy trabaja de lunes a sábado de madrugada. Prepara en su casa los termos con las infusiones, las tortas fritas y el bizcochuelo casero, y con toda esa carga llega a la estación. Su carrito lo guarda en un espacio cercano donde le cobran alquiler por mantenerlo. “Me levanto a las 2 de la mañana a preparar el café, a eso de las 4 ya tengo todo listo para venir, además de pedir las facturas para los clientes. A las 5 de la mañana ya estoy atendiendo, tengo clientes que desayunan y se van a su trabajo ya listos. Muy buenos clientes, ya me conocen y se van contentos. Les doy las bendiciones del día”, cuenta Silvia, que vende café, té, mate cocido y chocolate caliente. Para lograr el café más rico, durante años probó diferentes marcas hasta que se quedó con la que le da mejores resultados, eso lo nota en que los clientes vuelven. A veces la mercadería se le termina antes de las 8, si las ventas son buenas, pero si el tren se retrasa y sus clientes no llegan se queda hasta las 10 o poco más.
Recientemente, la venta de café en las calles de Buenos Aires fue aprobada en la Legislatura porteña a través de una ley que autoriza a los cafeteros ambulantes a realizar su actividad en el espacio público (ya que antes estaba prohibida). De esta manera, los vendedores y vendedoras no quedan a disposición discrecional de policías e inspectores, que les podían secuestrar los carritos porque el Código de Habilitaciones anterior no permitía vender infusiones por cuenta propia en forma ambulante en las calles de la Ciudad.
Silvia forma parte de la Cooperativa de Trabajo Cafeteros y Confitería de Constitución Limitada, que nuclea a vendedores de toda la Ciudad, que fueron quienes a través de un proyecto de ley de la legisladora porteña Lucia Romano alcanzaron la legalización de la actividad. Esto significó para Silvia un gran avance y tranquilidad en su tarea diaria, que aunque hace muchos años desarrolla siempre continuaba siendo en el margen de la legalidad.
¿Cómo fue comenzar a trabajar en la calle?
Constantemente haciéndome responsable, cada día en mi trabajo, estar todos los días ahí, ir a las 5 de la mañana, a veces a las 4, nunca decir que no podía ir, aunque me sintiera mal. Es todo un tema trabajar en la calle, desde buscar el baño, quién cuida tus cosas. Tuve dificultades: una vez me quitaron mi changuito, a veces los chicos de la calle que no están bien agarran tus cosas, otras son buenitos y cuidan, también pasan cosas bonitas.
¿Qué es lo más difícil de trabajar en la calle?
Es estar al ambiente, el sol, la lluvia, la gente que no está bien de la cabeza que a veces se te cruzan y te tiran todas las cosas, a veces ofreces un café y lo reciben, otras te lo tiran, hay muchas personas que no están bien entonces hay muchas dificultades, también tener que irte de urgencia si te llaman de casa y no puedes porque tienes las cosas ahí.
¿Cómo hay que ser para trabajar en la calle?
Tienes que ser muy fuerte, tienes que dejar muchas cosas y pensar en trabajar y nada más. Ser responsable, una misma es la jefa, la que se pone el límite: si piensas si hoy trabajas o no trabajas, pero prácticamente la necesidad hace que salgas a trabajar si o si, para mí es la responsabilidad que tengo como madre.
¿Cuánto hace que armaron la Cooperativa y qué lograron?
La Cooperativa tiene 6 años, gracias a la Cooperativa tuve mi obra social, incluso me enfermé un tiempo y me operaron, y así yo me sentía bien pagando mis impuestos. Y luego teníamos el proyecto de obtener la legalización de la actividad, así como los garrapiñeros tienen su permiso de trabajo nosotros también queríamos que nos den un permiso y así estar trabajando legalmente. Ahora esperamos tener más estabilidad laboral, tener las normas para las personas que precisamos trabajar dignamente y estar como otros trabajadores que pagan sus impuestos, tienen su obra social, se pueden atender y tener una jubilación digna, uno se proyecta en todo eso.
¿Cómo fue el camino para lograr la aprobación de la actividad?
Al principio se veía muy lejano. Quién iba a prestar un sí a nuestro proyecto; pero seguíamos ahí. Algún día nos harán caso, algún día dirán ‘esto vale la pena’ porque somos gente trabajadora; entonces apareció esta legisladora porteña que llevó adelante el proyecto que finalmente se aprobó, y le dieron el visto bueno.
Silvia reconoce que en estos años la Estación Constitución mejoró mucho el ambiente de trabajo. Ella, a diferencia de otros cafeteros o cafeteras, prefiere estar en un puesto fijo. “Hay cafeteros que caminan y tienen sus clientes de local en local, en cambio yo no hice ese recorrido, porque soy mujer y me sentía más segura afuera de la estación que hay policía, y la gente viene directo a consumir. Quizás caminar por las calles es un poco peligroso, por eso apunté a que no me pase nada malo” cuenta Silvia, y agrega que aún es una actividad desarrollada por más hombres que mujeres.