Sandra, chef y profesora de comida coreana, está al frente de dos restaurantes de comida asiática en Buenos Aires. Además, es una de las organizadoras de Gastro Corea, evento que se realiza una vez por año en nuestro país con el objetivo de difundir la cultura de Corea a través de su gastronomía.
Antes de dedicarse profesionalmente a la gastronomía, Sandra contaba con un saber impuesto por la cotidianeidad de su propia cultura. Cocina desde muy chica porque es parte de la tradición coreana que las mujeres aprendan a cocinar. “Como hija de inmigrantes, desde los 13 años todos teníamos que colaborar en la casa porque los mayores trabajaban y una de las maneras de hacerlo era cocinando. Y encima nos decían que las mujeres tenían que saber cocinar, que sino no se iban a poder casar”, relata Sandra, quien nació en Corea y fue a vivir en Bolivia cuando solamente tenía 8 años. Poco después arribó a Buenos Aires, ciudad que la enamoró y que nunca más dejó.
En Argentina, su vida laboral creció al ritmo de una empresa textil que aún ella comanda en el barrio de Flores. Pero cuando sus hijas crecieron y le dejaron algo de tiempo para capacitarse, no dudó en estudiar cocina: se recibió de personal gastronómico en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG), donde también se le abrieron las puertas para desarrollarse en la enseñanza. Los profesores del Instituto comenzaron a preguntarle acerca del kimchi (plato típico de Corea que se prepara con una col asiática llamada bechu, la cual se fermenta y con ello se produce una especie de escabeche), que acompaña todas las comidas coreanas y también, en el caso de Sandra, las argentinas. “Es la comida más importante de Corea, sin eso no podemos vivir, y tiene muchas propiedades buenas para la salud”, cuenta Sandra, que se inició como maestra de cocina dando talleres de kimchi a alumnos del IAG y a sus propios profesores.
Sandra dice que hoy en Argentina hay otra predisposición a probar sabores nuevos o desconocidos, y recuerda que, durante su infancia, el kimchi siempre fue un problema para los miembros de la colectividad coreana, “porque al ser una comida fermentada, tiene un olor muy fuerte y en los edificios hasta llegaban a pensar que había pérdidas de gas cuando se cocinaba. Mis amigos venían a casa y preguntaban por qué olía tan raro, entonces siempre fue algo que no se mostraba, lo escondíamos, lo comíamos entre nosotros”. El tiempo logró reivindicar este plato tradicional, que actualmente está de moda entre los paladares más exquisitos.
Sandra hoy brinda seminarios de distintos tipos de comidas coreanas divididos en niveles (suave, moderada, e intensa), así como el ya mencionado taller de kimchi, que convoca mucho público. También realiza eventos cerrados con menú coreano. Éstos surgieron a partir de que la gente le empezó a pedir comida coreana “casera, no de restaurante”. Armó una cena temática, la publicó en las redes sociales y entre amigos y fue un éxito. Desde entonces las sigue haciendo, en fechas determinadas y con reserva previa.
“En la comida coreana se usa mucha verdura, el arroz siempre tiene que estar, los condimentos básicos son la salsa de soja, una pasta de soja fermentada llamada doenjang, y el polvo de chile llamado cuchucaru. Es picante, es dulce, es salada, hay sopas, hay estofados, es muy amplia y variada”, detalla Sandra. A sus talleres llega gente sin prejuicios gastronómicos, cuestión que ella destaca como muy positiva. La mayoría son estudiantes de gastronomía, personas interesadas en la cocina, gente a la que le gusta comer y que suelen viajar y tienen la cabeza muy abierta a sabores diferentes.
Muy didáctica , intercala la enseñanza técnica de la gastronomía con anécdotas personales y familiares, sus talleres tienen hora de inicio pero pueden terminar muy tarde, todos cocinan y luego se come y se prueba lo realizado. En ellos reina un clima muy agradable y ella contagia su entusiasmo y despierta la curiosidad de los asistentes frente a los olores, sabores y posibilidades de la cocina que enseña. Considera fundamental que sus alumnos hagan la receta que aprenden porque “si no lo hacés con tus propias manos, tu cerebro no lo registra”.
Sandra cree que para enseñar hay que aprender: “Si yo no hubiese estudiado y visto cómo enseñaban los profesores del instituto de cocina, no sería lo mismo”. Opina que para ser una buena maestra “hay que sentir pasión por lo que hacés, y eso se transmite a los alumnos”.
Como emprendedora, Sandra enseguida leyó este interés creciente de la sociedad porteña en la comida asiática y, junto a otras personas de su colectividad dedicadas a distintos rubros, el año pasado organizaron el primer Gastro Corea. Este evento dura una semana y en su primera edición 22 restaurantes ofrecieron su menú para difundir la cultura y comida coreana.
“Siento la necesidad de conservar lo tradicional de la cocina coreana, porque eso se pierde y más si estás fuera de tu país”, revela Sandra, que trabaja desde todas sus facetas profesionales para captar la mayor cantidad de recetas y secretos culinarios de las madres que cocinaron toda la vida. Su objetivo es poder transmitirlos tanto a coreanos como argentinos.
Sin dudarlo, el agradecimiento que recibe de sus comensales luego de probar sus comidas es de las satisfacciones más grandes de su trabajo. Inquieta y curiosa, Sandra confía en que las cosas se van dando en este “baile de la cocina” donde se metió. “Igual yo soy muy de tirarme a la pileta y luego veo si hay agua o no”, confiesa.
Como buena maratonista, tiene la fortaleza para no desistir de sus objetivos, que pueden ser desde preparar una cena especial en Marruecos para reunir los fondos destinados a una fundación , a dedicar un año sabático para desvelar aún más secretos de la cocina coreana en distintos continentes.