Es una de las fundadoras del prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que se dedicó a la aplicación de las técnicas de la arqueología y antropología biológica para la realización de exhumaciones de personas inhumadas como NN durante la última dictadura militar en nuestro país. Además, desde hace más de tres décadas, su labor ayuda a devolverles la identidad a cientos de víctimas en todo el mundo.
Cuando Patricia se recibió de antropóloga en la Universidad de Buenos Aires, pensaba que se iba a especializar en arqueología pero la experiencia la llevó por otros rumbos profesionales.
A principios de la década del ochenta, las Abuelas de Plaza de Mayo buscaban métodos para determinar el abuelismo saltando una generación. Y si era posible a través de los huesos identificar a las personas A tal fin, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia conformó un grupo de de científicos norteamericanos conducidos por Clyde Snow en el área de la antropología forense y a Marie Claire King para el área de genética. Dos ciencias (genética y antropología) que en Argentina nunca se habían utilizado en el área de Derechos Humanos
En ese momento,finales de 1983, se hacían exhumaciones masivas con técnicas no científicas y se destruía todo tipo de evidencia. Por lo cual nuestra participación fue en respuesta a una necesidad concreta para hacer las exhumaciones de manera científica
Con un grupo de cinco compañeros de la facultad, Patricia fundó, en 1984, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), una organización científica, no gubernamental, sin fines de lucro, que –a través de técnicas de la antropología biológica, la arqueología, la informática y la genética– investiga casos de personas desaparecidas o asesinadas como consecuencia de procesos de violencia política en todo el mundo.
Desde entonces, Patricia trabaja en el EAAF, que ya suma 65 profesionales y varias oficinas en funcionamiento en México, Sudáfrica y, dentro de la Argentina, además de la que ocupa uno de los edificios de la ex ESMA en Buenos Aires, en Córdoba, Tucumán.
Con el EAAF, participó en investigaciones internacionales. Pero recuerda como un hito de su vida la experiencia en El Salvador y Guatemala, donde, en 1991 y 1992, la convocaron para dilucidar qué había sucedido durante la década de los ochenta donde cientos de campesinos fueron masacrados y donde los gobiernos negaron su participación.
“Trabajamos en más de cincuenta países: Centroamérica, América del Sur y, dentro de África, en lugares como República del Congo, Etiopía, Sierra Leona, Ruanda, donde hubo muchas guerras civiles y étnicas –señala Patricia, quien se encontró ante pautas culturales muy diferentes.
La tarea del antropólogo forense consiste en buscar, recuperar y analizar los restos óseos y evidencias asociadas. Desde 1987, nuestra primera misión en el exterior, vimos la necesidad antes de comenzar a trabajar en un país de realizar una misión preliminar para evaluar las condiciones políticas del lugar. “Siempre, antes de ir a hacer el trabajo de campo, tenemos que conocer el país al que vamos – explica– .
Para eso, debemos hablar con todo el espectro de gente posible, desde las ONG, los familiares, autoridades del gobierno y la iglesia, porque cuando empezás ese tipo de trabajo, tenés que terminarlo; no se puede dejar para el año próximo”.
En concreto, su labor se divide en cuatro etapas: “La primera es la de la investigación preliminar donde uno debe recuperar toda la información oral y escrita para elaborar hipótesis de los sucedido , la segunda es la de la exhumación propiamente dicha con la aplicación de las técnicas de la arqueología prehistórica para la recuperación de los restos óseos y evidencias ( vestimenta, proyectiles, etc) , la tercera, la del laboratorio aplicando los conocimientos de la antropología biológica y, la cuarta es la genética para llegar a la identificación del cuerpo”.
En todos los casos, los resultados van más allá de un informe burocrático: “Cuando nosotros notificamos a una persona que se ha identificado a familiar, le estamos dando respuesta a muchas preguntas que se hizo durante estos 40 años. Si bien el objetivo es alcanzar la identificación de la persona, también es fundamental poder dar respuesta de cuando, donde murió. Cuál fue la causa de la muerte. En qué cementerio fue inhumado como NN. Esa información le da contexto a esa identificación. Ahora el familiar tiene una verdad de lo sucedido. Lo que le estamos notificando es algo muy doloroso, pero al mismo tiempo aliviador.
Su labor le aporta también un contexto a lo que sucedió: “Cada una de las personas que identificamos tiene una historia y la que contamos, en base a la investigación preliminar, es la verdadera”, dice. Y va aún más allá: “La antropología forense es un granito de arena que ayuda a escribir la historia de un país”.
En el caso de la Argentina, los informes que produce el EAAF siguen un camino judicial: son elevados a los juzgados que tramitan cada causa, incorporados como prueba, en los juicios de lesa humanidad que se están llevando en distintas provincias y colaboran a la posibilidad de que alguien sea acusado y condenado por esos delitos.
Patricia reconoce que todo esto conlleva una carga emocional: su labor no sólo es científica, sobre todo a la hora de presentar los resultados a los familiares. De hecho, cuando hizo la primera restitución, sintió que no podía dividir el trabajo de su vida personal. Se propuso entonces que si en un año no lograba separar esos dos aspectos, decidiría que no servía para eso. Fue una búsqueda propia: “Tuve que despejar aguas y pude seguir”, confiesa hoy, con la tranquilidad de muchos objetivos alcanzados.