Gracias a su profesión Nora ha viajado y bailado por el mundo. Fue solista de la prestigiosa compañía de danza contemporánea Núcleodanza, paralelamente fundó su propio grupo llamado Compañía de Mudanzas. Es memorable su actuación en la emblemática película “El exilio de Gardel” dirigida por Pino Solanas.
Durante 10 años, Nora dirigió el Centro de Experimentación en Ópera y Ballet del Teatro Colón. Dictó seminarios en varios lugares del país y en el exterior. Hoy da clases particulares en su estudio, donde la variedad de sus alumnos es muy amplia: desde bailarines de danza clásica o contemporánea hasta personas que buscan mejorar la elongación o dedicarse a la expresión corporal.
Su vida siempre estuvo marcada por una clara vocación hacia la danza. Aunque se recibió de socióloga en la Universidad de Buenos Aires, ya a los 3 años sabía que quería bailar. “Soñaba con ser una gran bailarina clásica”, cuenta con una sonrisa y alegría innata. “A los 11 comencé a estudiar danza clásica, y a los 16 tenía una técnica de excelencia”, recuerda.
Su primer trabajo profesional, a los 17 años, fue en una pequeña compañía de danza contemporánea, pero enseguida la convocaron de Núcleodanza, una compañía independiente de vanguardia para la época dirigida por Margarita Bali y Susana Tambutti. Allí, durante 10 años, se desempeñó como bailarina solista y realizó varias giras por Europa. Recuerda que la primera obra que hizo fue “dificilísima”. “Teníamos que bailar media hora siempre en una sola pierna, saltaba y tenía que caer en una sola pierna, giraba y caíamos en una sola pierna”, detalla.
También confiesa que siempre fue un ambiente muy competitivo. “Pero dije, de aquí no me van a sacar”, relata Nora, a quien los reveses de la vida la trataron intensamente, para bien y para mal. Nora quedó viuda muy joven. Tenía 25 años y un hijo muy pequeño. Sin embargo, eso no la detuvo y su carrera despegó de manera vertiginosa.
“Bailar es mi gran pasión, cada vez que bailaba tocaba el cielo con las manos. Temblaba como una hoja antes de salir a escena”, cuenta con emoción. Eso le pasó hasta el último día que bailó profesionalmente.
Su última presentación fue en Río de Janeiro, Brasil; desde entonces se dedica a dirigir y dar clases.
Entre las obras que dirigió se destacan “Lorca tres poemas” (coreógrafa y dirección), “Una señora de carne” (texto original de Ana María Shua) y “Poema Suicida”, una obra que sólo dura 6 minutos.
“Yo siempre trabajé desde la palabra como disparadora de la imagen y éstas como disparadoras del movimiento”, explica, muy influida por el estudio del surrealismo, movimiento que considera fundamental para la danza contemporánea ya que “la imaginación es más potente que la razón, podés hacer cosas que no pensabas que te podían salir”, señala.
En ese sentido, ella cree que los bailarines no son seres anónimos, sino que tienen un pasado, un presente y una historia que hay que respetar.
“La danza como arte es una herramienta para expresar otras cosas como la inclusión, la protesta, no solamente el bailar es maravilloso sino que también es un elemento muy importante para expresarse sobre otras áreas de la vida”.
Esta maestra, coreógrafa y eterna bailarina -condición que no se pierde- cuenta que para bailar bien hay que tomar clases. Ella misma hoy se prepara sus propias clases y las hace; sabe que es exigente, pero siempre con mucho amor y pasión.