Jardines, haras, campos, balcones, terrazas y espacio públicos. Donde hay vegetación, está puesta la creatividad de esta profesional, cuya misión es tornar aún más bello aquello que provee la naturaleza.
La principal característica del trabajo de María Laura es incorporar el reciclaje en el paisajismo: busca crear, con lo que ya existe, en el espacio verde al que llega. Por ejemplo, cuando la contratan para diseñar jardines, cambia de lugar las plantas, levanta canteros, multiplica, y sólo lleva un 30% de especies nuevas. Esto es muy relevante tanto económicamente como para la preservación del medio ambiente. “Cuando tenés el espacio en blanco podés diseñar todo desde cero, en cambio hoy me incentiva mucho más la creatividad: llegar a un espacio para modernizar, mejorar o cambiarlo, en función de las expectativas de los clientes”, cuenta María Laura.
Si bien esto implica mayores niveles de demanda y desgaste, es lo que más le gusta hacer. “La gente se aburre de sus jardines o ven que hay partes que no funcionan y los quieren cambiar”, explica, y a eso se dedica con amor, alegría y mucha imaginación.
Respecto de su rol en el equipo, comparte que disfruta enormemente de la etapa de dirección de obra. Allí conduce casi siempre a varones jardineros, y reconoce que la respetan porque trabaja a la par, no sólo dirigiendo.
Por otra parte, María Laura no siempre trabajó entre plantas y tierra. Proveniente de una familia de médicos, antes de ser madre se desempeñó como instrumentadora quirúrgica. Luego, cuando sus hijos crecieron, y ante un divorcio que la convirtió en el sostén económico del hogar, volvió de lleno al mundo laboral. Con mucho esfuerzo terminó la carrera de paisajismo y sus primeros clientes fueron familiares y amigos. La recomendaron de boca en boca, y eso funcionó muy bien. Así fue como se nutrió de una importante agenda de clientes, que creció al ritmo del trabajo, y hoy requieren sus servicios para el asesoramiento y el diseño inicial, así como también para el mantenimiento, anual o estacional, de sus espacios verdes.
Según reconoce, todas sus experiencias profesionales previas fueron sumando para su actual labor. Incluso vender tumbas en un memorial: “Aprendí mucho sobre neurolingüística y sobre cómo llegar al cliente”. El conocimiento técnico y dar lugar a la creatividad son importantes, pero ser una buena observadora y saber interpretar los deseos de los clientes es fundamental. Lo cierto es que María Laura es simpática, didáctica y gran comunicadora, y por eso en cuanto comenzó a mostrar sus trabajos, tips y secretos en las redes sociales, el caudal de clientes aumentó y hoy mucha gente la sigue.
Además de la labor personalizada, hace 20 años escribe mensualmente para una importante revista del rubro artículos sobre las especies, diseño y paisajismo, consejos de plantación, plagas, enfermedades, y recomendaciones varias. También da clases de jardinería en una boutique de Nordelta y en un vivero de Bella Vista (provincia de Buenos Aires), y capacita, en el marco de las actividades de la Municipalidad de Vicente López, a 60 jardineros que se ocupan de los espacios verdes de esa zona. Asimismo, hace muchos años que es la paisajista de un club náutico.
La primera etapa de su trabajo es escuchar a los clientes. “Busco saber qué es lo que les gusta y necesitan, y luego les presento una propuesta y un presupuesto, que puede incluir plano con diseño o no; después viene la intervención del espacio, de acuerdo al sol, a la sombra, al suelo, a la situación geográfica, donde muchos factores entran en juego, además de los gustos y expectativas”, explica María Laura, quien no deja ningún detalle librado al azar: si son alérgicos, si tienen niños, si habrá mascotas, y cuáles son sus colores favoritos, entre otras cuestiones, todo en función del paisaje a crear.
Después del diagnóstico, la expectativa es que confíen en sus observaciones. “Si me dejan hacer, saco lo mejor de mí y de mi cliente”, señala. Por otra parte, es muy responsable respecto a lo que va a prosperar y funcionar en un jardín, y si alguna especie va o no a desarrollarse. “No se puede hacer algo en contra de la situación del suelo y de las condiciones climáticas, así como tengo en cuenta la dedicación que cada dueño le va a poner a su espacio verde”.
Como bien explica María Laura, en su rubro hay que tener presente que no todo depende de las decisiones iniciales de un paisajista: las plantas son seres vivos y hay factores climáticos que pueden cambiar el diseño original. “Yo dejo en claro que en la ejecución habrá un 20% que no coincidirá con lo planificado, y cuando esa diferencia se plasma en la realidad, ahí se reordena el trabajo y diseño, para lo cual es también muy importante contemplar el entorno, que es lo que no sale en el plano”.
Admiradora del arquitecto, paisajista y urbanista Carlos Thays, cuenta que él, a diferencia de lo que ocurre actualmente, diseñaba para sus bisnietos. “Plantaba árboles que nunca iba a ver crecer en su totalidad. Creo que el paisajismo tiene que diseñar para otras generaciones, el problema de hoy es que la gente quiere todo ya, y a veces eso te hace poner la planta mal, en perjuicio del clima y luego la terminás sacando”.
María Laura cree que hay una conexión entre la gente y las plantas, así como entre las especies mismas. Sobre la sensibilidad e inteligencia de los seres vegetales cuenta una anécdota reveladora: “Me tocó volver a hacer un mantenimiento de un haras que había diseñado unos años atrás, y había que agregar unos Eucaliptus; plantamos unos chiquitos juntos a los grandes que ya estaban, y al poco tiempo éstos alcanzaron la misma altura de los que tenían 3 años… La naturaleza es tan sabia que los árboles más antiguos detuvieron su crecimiento para darle la luz y el agua a los nuevos“.
Por último, revela su secreto: somos nosotros los que debemos adaptarnos a la naturaleza, y no la naturaleza a nosotros. “La naturaleza habla, y hay que saber esperar sus tiempos”, resume María Laura.