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Irene Wais -

Bióloga especializada en ecología

destacada Irene Wais
"Los ecólogos podemos ser ecologistas, pero no todos los ecologistas son ecólogos, porque muchos no tienen las herramientas necesarias y suficientes como para resolver un problema ambiental"

Irene es bióloga, egresada de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y una de las primeras especialistas en ecología en la Argentina. En esta área también es pionera en difundir, desde los inicios de su carrera, los temas referentes al cuidado del ambiente en los medios de comunicación. Además es profesora de grado y posgrado en diferentes universidades nacionales y del exterior.

A su pasión por estudiar la naturaleza se le suman su habilidad y su amor por las letras. Escribe desde muy pequeña, y su innato poder de comunicación la convirtió en una conocida referente de la bioecología. Integra la Red Argentina de Periodismo Científico desde hace más de diez años. Tiene dieciséis libros publicados sobre ecología para maestros, chicos y jóvenes, además de capítulos en volúmenes temáticos con otros autores y dos centenares de publicaciones técnicas y de divulgación.  Los derechos de autor de sus libros son donados a diferentes organizaciones que trabajan por el cuidado del ambiente.

Se recibió de bióloga en tiempo récord, a los 21 años. Enseguida fue becada por la Oregon State University de Estados Unidos, donde se especializó en ecología de la contaminación acuática continental. Más tarde realizó un posgrado internacional en Evaluación de Impactos Ambientales en la Universidad Nacional Autónoma de México, becada por la Organización de Estados Americanos.

Durante muchos años se desempeñó en el CONICET como becaria de Iniciación; luego de Perfeccionamiento y después de Formación Superior (como se llamaban en esa época, ya que hoy las becas tienen otras denominaciones) y luego entró en la Carrera del Investigador. En 1994, el ex ministro de economía Domingo Cavallo mandó a otra investigadora científica “a lavar los platos” y la situación del CONICET se deterioró por falta de insumos en los laboratorios. Un hecho político la llevó a iniciar otro camino profesional, cuando a Irene la estaban por promover de Investigadora asistente a adjunta, se aleja entonces de ese ámbito, “los sueldos del CONICET eran realmente muy bajos”, recuerda Irene, que con sus tres hijos chicos, apenas podía pagar con su ingreso a la niñera mientras investigaba doce horas por día afuera de su casa.

La OEA la contrató para capacitar en saneamiento ambiental en varios países de Centroamérica: Panamá, Nicaragua y Costa Rica. Luego fue becada a México, donde se formó durante un año académico y a su regreso se dedicó a trabajar en impacto ambiental en la Argentina.

Ingresó en la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires (APrA), donde comenzó en la entonces Dirección General de Evaluación Técnica como profesional y llegó a gerenta del Laboratorio de la APrA.

Su amplia experiencia como divulgadora científica y autora de artículos de educación ambiental se debe a su espíritu curioso, su personalidad comunicativa y a la formación que recibió en el Centro de Divulgación Científica y Técnica del entonces Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar (hoy Instituto Leloir).

Su primer trabajo ligado a la comunicación lo comenzó a desempeñar muy joven como editora para Sudamérica de la prestigiosa revista internacional Regulated Rivers, Research and Managenent (Ríos Regulados, Investigación y Manejo). Allí seleccionaba los papers que entraban, corregía y mandaba luego las sugerencias suyas y de árbitros externos a los autores con las modificaciones propuestas. También escribió innumerables artículos sobre cuestiones ambientales para los diarios La Nación, Clarín y otros medios masivos.

A fines de la década del ‘80 entró en el programa Telescuela técnica que emitía Canal 7, en ese momento ATC (Argentina Televisora Color), donde condujo un ciclo sobre Ecología y Sociedad. Luego, en los años ‘90, ingresó a la icónica señal Utilísima Satelital en el programa “Mascotas, Plantas y Otras Yerbas”, transmitido a muchos países de habla hispana. Allí incluyó una “pastillita o pildorita” (como se le llama en la jerga televisiva a las notas cortas) que Irene guionaba y que luego explicaba frente a las cámaras. Ese mini bloque de ecología hogareña tuvo gran éxito, a juzgar por las cartas primero, y los e-mails después, de los televidentes. Irene recuerda que por esa columna “llegaban montones de mensajes al canal pidiendo más información, porque en ese momento casi no se hablaba de ecología”.

Hoy hace dos columnas radiales semanales sobre noticias de actualidad ambiental: una los martes, en vivo, que se emite por Radio Brisas de Mar del Plata en el programa Presente Continuo, y la otra, previamente grabada, en el programa de Sergio Elguezábal por la Radio Pública de la Ciudad de Buenos Aires, Sábado Verde.

Irene tiene también una extensa experiencia como docente universitaria.  Orgullosa de su performance, se considera una muy buena profesora. “Mis clases son muy entretenidas, porque además estudié teatro y oratoria”, cuenta. Es muy espontánea y tiene un perfil bien diferente de los científicos enciclopedistas.

 

¿Cómo fue que llegaste a formarte como bióloga?

A mí me gustaban mucho “Las Letras”, pero mi papá quería que fuera médica como él. Yo lo encaré y le dije “vos estudiás al ser humano desde la punta del dedo gordo hasta la punta del pelo, pero yo quiero ver qué pasa con el ambiente que nos rodea”. Ahora existe la medicina ambiental, pero en esa época no se relacionaba demasiado a la prevención de enfermedades de los seres humanos con la ecología, entonces fui por las ciencias y me anoté en Exactas en Biología. De todas formas siempre escribí un diario, poemas y textos de todo tipo desde que aprendí a leer. Soy una lectora veloz y voraz. Me siguió gustando el tema de la comunicación y me interesaba mucho la ecología. Entré con 16 años a la facultad y de estudiante comencé como voluntaria en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, en el que después me quedé trabajando. Allí, en su Salón Audiovisual, asistí a eventos icónicos, como el acto fundacional de la Fundación Vida Silvestre Argentina en junio de 1977.

¿Entonces fue una carrera que elegiste como segunda opción?

No, la verdad es que me gustaba mucho la biología pero cuando me recibí de licenciada, si yo seguía en mi facultad lo único que podía hacer era un doctorado en ciencias biológicas. Hubiera sido más de lo mismo, porque en aquella época se trabajaba mayormente en genética o en biología molecular. Y yo quería ser ecóloga. Ya durante mi secundario en el Colegio Nacional Buenos Aires, había leído al naturalista y filósofo alemán Ernst Haeckel, creador del término “ecología”, y me dije “yo quiero ser eso, quiero esto para mi vida”.

En ese momento (mediados de los años 70) ¿se hablaba de ecología regularmente?  

En el colegio sí pero en la sociedad, no. Cuando volví de los EE.UU. en 1982 no se hablaba tanto de ecología. Allá en Oregon mi plan de trabajo incluyó investigaciones de campo en el río Columbia. Se me abrió un mundo desconocido, con la mejor tecnología de esa época: los trabajos prácticos se hacían en una estación hidrobiológica en medio de las montañas Rocallosas. La instalación tenía un arroyo de montaña entubado en acrílico con mesadas, microscopios, etc. El laboratorio estaba sobre el mismo río que pasaba por dentro del caño transparente. Algo increíble. Con esa experiencia, ya de vuelta en la Argentina abordé el río Paraná, dirigida por el doctor Argentino Bonetto, Investigador Superior del CONICET, ya fallecido.

¿Cómo es tu presente laboral?

Afortunadamente, como me consideran una buena profesora universitaria (se sonroja) sigo dando clases. En las universidades ofrecen a sus docentes la posibilidad de seguir trabajando jubilados. Me actualizo, y me encanta transmitir lo que sé a mis alumnos. Mis clases son super divertidas, soy la única profesora que cuando llega la hora de retirarse los estudiantes no se quieren ir. En el turno vespertino, los tengo que echar, les digo: “chicos tengo hambre, tengo sueño, me quiero ir a mi casa” (se ríe). Actualmente dicto clases en varias facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA). En grado, en la asignatura Hidrología Continental en la Carrera de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras. Además, cuando se comenzaron a crear las carreras ambientales me convocaron la Universidad de Tres de Febrero y la Universidad del Salvador, para las entonces flamantes carreras de Ingeniería Ambiental y Licenciatura en Ciencias Ambientales, respectivamente. Sigo enseñando ahí también hasta el día de hoy. Paralelamente, la Facultad de Derecho de la UBA creó carreras de posgrado en derecho ambiental, donde dicto clases en una Especialización y una Diplomatura. También estoy en dos materias de posgrado en la Maestría de Ciencias Ambientales que depende del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y Los océanos de Exactas-UBA, la facultad donde me recibí de bióloga. Es un orgullo para mí ser profesora de ese Departamento al cual pertenecen investigadoras que integran el IPCC, el Panel Intergubernamental de expertos en Cambio Climático de la ONU. También dicto clases virtuales para profesionales de 17 países de América latina, organizadas por una plataforma en español de Silicon Valley en California, certificadas por el BID.

¿Cómo llegas a esta fuerte faceta de divulgadora ligada al periodismo?

Yo trabajaba en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, que además es Instituto Nacional de Investigación, algo que pocas personas saben, y en la otra cuadra estaba el Instituto de la Fundación Campomar (hoy Instituto Leloir). Me enteré de que allí se dictaba un curso especializado de comunicación para periodistas y también para egresados de carreras de ciencias. Era caro, porque traían profesionales de primera línea de agencias internacionales. Yo pedí una beca porque no lo podía pagar y para aceptarme, el entonces director del Programa, el doctor Enrique Belocopitow, me tomó un largo examen que aprobé. Ahí aprendí muchísimo. Yo tenía una muy buena base del Colegio Nacional de Buenos Aires e importantes herramientas de literatura. Siempre me gustó mucho escribir y lo hago con tanta pasión que aprendí a analizar el detrás de escena cómo hacer para comunicar ciencia, como transformar lo árido de un paper o una entrevista con un científico que habla “en difícil” en un texto atractivo. Incluso el doctor Belocopitow hizo un convenio con la agencia de noticias Télam y escribí cables que se reprodujeron en todos los diarios de las provincias sin cambiarles ni una coma. Ese curso fue especialmente diseñado para periodistas que querían cubrir temas vinculados a las ciencias, y para científicos que querían aprender a escribir y cómo comunicar.

¿Qué diferencia hay entre un ecólogo y un ecologista?

Hasta el día de hoy nos siguen confundiendo a los ecólogos con los ecologistas. Para que se entienda siempre hago la comparación con la sociología y el socialismo. Son dos cosas bien diferentes. Sólo hay que cambiarle el prefijo. La ecología es una ciencia y el ecologismo es un movimiento político que hace conocer los temas ambientales. Los ecólogos podemos ser ecologistas, pero no todos los ecologistas son ecólogos, porque no siempre tienen las herramientas necesarias y suficientes para resolver un problema ambiental. Lo pueden dar a conocer, que es lo que hacen en general las ONGs. Es como un diagrama de Venn de un conjunto dentro de otro.

¿Cómo fueron cambiando los temas dentro de la ecología desde el momento en que empezaste hasta el día de hoy?

Los temas son básicamente los mismos, lo que pasa es que el interés de la gente cambió porque los medios no daban el espacio a las cuestiones ambientales que tienen hoy. Después de la firma del Acuerdo de París en 2015, creció muchísimo, porque se hicieron lugar para explicar que el calentamiento global puede disminuir si aprovechamos como especie humana la pequeña ventana de oportunidades que se va cerrando. El cambio de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) que generan gases de efecto invernadero hacia fuentes de energías renovables es crucial. Aun así, todavía hay bastante desinformación incluso en eso, por “lo novedoso” del tema. Por ejemplo, se habla mucho de los autos eléctricos, pero si vos a un coche eléctrico lo cargás con la electricidad que obtuviste a través de un combustible fósil, es más de lo mismo. Esa electricidad tiene que ser generada con energías limpias para mitigar el cambio climático.

¿A vos cuáles son los temas ambientales que más te preocupan?

Todos los temas ambientales me preocupan. Lo fuerte mío es la ecología acuática, que es lo que más conozco. Te voy a contar algo de lo que poca gente está al tanto. Cuando yo estudiaba en la escuela, me decían que el agua y la madera eran recursos naturales renovables, lo cual es cierto, pero hoy se debe hacer una aclaración al respecto. También los maestros hablaban de los no renovables, los minerales. El agua hoy se combina con contaminantes de la atmósfera y cada vez cuesta más potabilizarla. Además, somos cada vez más seres humanos que comemos, y aunque el balance hídrico mundial no cambie, el agua está dentro nuestro y en cultivos que nos alimentan a nosotros y al ganado, pero “se llevan” mucha agua, como la soja, o los monocultivos forestales de pino. Ergo, el agua continental “libre” es cada vez más escasa. Respecto de la madera, la renovabilidad es sencilla en árboles de madera blanda pero no así en un alerce, por ejemplo, que tiene 3.200 años, ¿entendés? Un tronco blando, que solamente sirve para cajones de manzana o para papel, proviene de un ejemplar que crece rápido, pero los de las especies de madera dura no deben extraerse; tardan tanto en su crecimiento que su tasa de renovabilidad excede la de varias generaciones de humanos. Imposible considerar igual cualquier tipo de madera.  Por eso los alerces están protegidos en su Parque Nacional propio, en la Patagonia. Aparece con ellos y con el agua una categoría intermedia de renovables a tan largo plazo que son casi no renovables. Lo mismo ocurre con los cultivos que dejan una huella hídrica muy grande. Toman mucha “agua virtual” y cuando se exportan como commodities; no se cobra como insumo el agua que chupó la planta en su ciclo de vida, sólo se la vende por el peso de la planta. Eso se conoce como “externalidades” en economía ecológica. Las externalidades o externalización de costos significa usar en una parte del mundo lo que después se aprovecha en otra.

¿Qué asignaturas tenés pendientes en cuanto a lo laboral?

Terminé una novela que sale muy pronto de imprenta para “educar ambientalmente”, pero que además es atractiva desde el punto de vista ficcional. Tiene de todo, hasta crímenes. Es ficción, pero con el telón de fondo de un hecho real, la bajante histórica de tres años del Río Paraná con la quema de los humedales. Es un texto ecofeminista. Con mis 66 años estoy también escribiendo mis memorias; ésas son reales, es mi historia de vida. Y seguir dando clase en la universidad hasta muy mayor, mientras tenga salud física y mental; mientras pueda y me dejen (ríe).

Irene es imparable, emprendedora, curiosa, incansable. Logró una trayectoria inmensa y su saber acerca del ambiente se reproduce en diferentes ámbitos. Siempre está interiorizada de todo lo nuevo y genera ideas permanentemente para difundir y visibilizar las distintas áreas de su expertise. Hasta dicta un curso por zoom los sábados para maestros y toda persona que quiera saber más de los temas ambientales. Es activa en todas las redes sociales, pero especialmente en Instagram, donde casi se ha convertido en una influencer. “De las serias”, aclara. Cabe destacar que fue una de las primeras voluntarias de la mítica Fundación Vida Silvestre, cuando en los inicios de la misma escribía notas ad honorem para su revista.

Cuenta en su haber con importantes premios y distinciones por su vasta labor profesional, entre los que se destacan haber sido uno de los “Diez jóvenes sobresalientes de la Argentina” en 1988, galardón otorgado por el presidente de la nación, en ese momento, el doctor Raúl Alfonsín. Y en 1991 por sus tareas de divulgación científica fue reconocida como una de las “Experiencias mundiales exitosas” en la Asamblea Global de Mujeres y el Ambiente de las Naciones Unidas. Hace poco fue reconocida como “Académica Emérita” por la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente.

Irene, sin soberbia, señala que la pasión, el amor y el esfuerzo con el que siempre encaró su profesión la llevó a viajar por muchísimos países: “hasta tuve la suerte de dictar ecología antártica para los suboficiales de la Fuerza Aérea, la dotación de jovencitos suboficiales que pasan un año en la Antártida. Gracias a eso viajé a la Base Marambio.  O sea, que conozco todos los continentes, estuve por todas partes. Los congresos se hacen en diferentes lugares. Yo nunca habría podido pagarme un pasaje, por ejemplo a Australia, a Nueva Zelanda, a la Polinesia, a Irlanda, si no hubiera sido por el apoyo internacional que me ofrecieron en los congresos mundiales de Ecología y de Limnología. Fui huésped de honor en el Cuarto Congreso de Ríos Regulados en el año ‘88 en Inglaterra, después de la guerra de Malvinas, la única argentina con esa mención. Agradezco a la vida por haber podido trabajar siempre de lo que me gusta, y eso es un verdadero privilegio”, finaliza.

Instagram: @waisirene

 

Fotos por Guillermo Monteleone