Aprendió a manejar a los cuarenta años y hace diez, que trabaja como taxista en la Ciudad de Buenos Aires. Antes tenía una remisería que, por la crisis económica, tuvo que cerrar. Hoy hace jornadas de doce horas de lunes a jueves y los viernes y sábados sigue hasta más tarde. Su proyecto es poder crear más adelante una agencia de autos solo manejados por mujeres.
Estela nació en Córdoba pero desde los 18 años vive en la Ciudad de Buenos Aires. Cuando se vio forzada a cerrar la agencia de remises, que tuvo por poco más de una década, se dio cuenta de que su mayor capital era la licencia de conducir. Así que no dudó en seguir trabajando como chofer con su propio auto. Sin embargo, la vida le dio otro revés y un día el auto se le rompió y nunca pudo arreglarlo. Y no le quedó alternativa que salir a buscar trabajo de chofer de taxi a través del diario.
Confiesa que no fue tan sencillo conseguir que la contrataran porque cuando se presentaba le preguntaban si el puesto era para su papá o para su marido. “Me daba bronca y me pregunté muchas veces si debía seguir con eso, pero me propuse que iba a encontrar trabajo”, detalla Estela. Hasta que un día vio un aviso de chofer de taxis que decía “ambos sexos”. Y tuvo su oportunidad. Al principio, pensó que iba a estar por un “tiempito” conduciendo. Hoy no se arrepiente y define a su trabajo como una “actividad encantadora”. “Tiene su parte negativa –dice- porque no es fácil estar en la calle, pero el taxi me ha dado grandes satisfacciones, una de ellas es que reconozcan que las mujeres podemos realizar esta tarea”, cuenta orgullosa.
Dice que hay que tener energía y capacidad de trabajo para estar en la calle, y como es muy creyente se encomienda a Dios y al Espíritu Santo antes de salir de su casa y cada vez que sube un pasajero. A Estela le gusta decir que usa el “ojo biónico” para deducir si es aceptable o no la persona que va a subir al taxi. Su filosofía consiste en “no engancharse con el enojo de los pasajeros”. “Si sube un pasajero muy complicado, lo invito a bajarse porque en mi auto. La atmósfera la marco yo y tengo el derecho de admisión. No aguanto los malos humores”. “Tampoco subo a borrachos o borrachas, ni gente de la que sospeche que me puede robar. En ese sentido, me han pasado cosas, porque una vez que subo a una persona al auto soy responsable de ella”, explica Estela sobre los recaudos que toma. Sin embargo, cuenta: “No tengo miedo. Acá tenés que tener dos cositas: carácter y coraje. Sobre todo carácter, para enfrentar y aguantar los insultos. Muchas veces me mandaron a lavar los platos y yo les digo: los platos los sé lavar y muy bien, yo te pregunto si vos los sabés lavar. Además, manejar para mí es más fácil que lavar un plato”.
A Estela le encanta manejar y la calle le ha dado letra y experiencia. Con las otras mujeres taxistas que conoce coincide en la actitud de coraje que todas asumen. Sobre los varones de su rubro no tiene la mejor opinión. “Cuando empecé y estaba sola e inexperta creí que por ser mujer los hombres taxistas me iban ayudar. Pero eso no pasó, al contrario, encontré muchos obstáculos”, lamenta. No obstante, reconoce que tantos años de recorrer la ciudad le dieron su lugar y su revancha. En la estación de servicio donde para, a la que define como “su hogar en la calle”, encontró un grupo de colegas que son como su familia, a los que puede llamar por teléfono y pedir ayuda.
Para conocer las calles y la ciudad, Estela usó durante muchos años la famosa “Guía Peuser”; luego la “Guía T”. Hoy tiene como apoyo el GPS del celular, pero lo usa poco porque ya conoce bien cada barrio porteño. Los pasajeros destacan la limpieza y prolijidad de su auto, se lo dicen y sabe que muchos prefieren ser conducidos por choferes mujeres, ya que la actitud es –destaca ella-- de mucha más tranquilidad y aplomo con el tránsito, que a veces resulta insoportable en Buenos Aires. Estela tiene la visión de que esto puede crecer, y su proyecto es implementar una agencia de autos manejados solo por mujeres.