Elizabeth se desempeña como trabajadora social en el Equipo de Salud Mental de la Guardia General del Hospital Rivadavia, uno de los hospitales públicos más importantes de la Ciudad de Buenos Aires. Allí interviene en situaciones de urgencia donde se requieren soluciones rápidas para pacientes que llegan con padecimientos mentales.
Junto a un psicólogo y un psiquiatra, Elizabeth integra el Equipo de Salud Mental que trabaja exclusivamente con los pacientes que llegan al servicio de guardia del Hospital. Esta trabajadora social cumple guardias de 24 horas en las que hace el seguimiento profesional para lograr el bienestar físico, psicológico y social tanto de adultos como de niños que ingresan al Hospital.
La especificidad así como la vertiginosa velocidad de su trabajo se explican por el hecho de que debe resolver situaciones que requieren soluciones inmediatas pertenecientes a personas con padecimientos mentales derivados de enfermedades, brotes psicóticos, trastornos de personalidad, descompensados, personas en situación de calle con patologías clínicas, adicciones o situaciones de violencia o abuso sexual. “Los pacientes que llegan, además del problema de salud mental, vienen con situaciones de vulnerabilidad muy extremas, en general de pobreza y precariedad”, explica.
En tiempos de pandemia, como todos los profesionales del hospital, trabaja cumpliendo con las medidas de seguridad pertinentes. Dice que es una situación totalmente inédita y, si bien está acudiendo menos gente a atenderse por enfermedades que no presentan relación con la pandemia, ya puede detectar que se están manifestando problemas sociales y médicos derivados del encierro a partir de la cuarentena. “Hay personas con padecimientos mentales, y la situación de aislamiento afecta y agudiza sus problemáticas”. Una situación de estrés que toca también al cuerpo médico que se encuentra en la primera línea de batalla contra el Covid-19. “Vamos a tener que ayudar también a contener a nuestros compañeros, que están agotados”, reconoce.
Elizabeth estudió Trabajo Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y realizó su residencia en salud en la misma ciudad. Primero, en el Hospital Alvear (que se dedica exclusivamente a atención psiquiátrica), y después en un Centro de Atención Primaria en la Villa 1.11.14 del barrio de Bajo Flores. También se capacitó en Sevilla, España, donde se especializó en el sistema de desmanicomialización, práctica que entre otros aspectos tiene como objetivo dignificar la atención de la salud mental, transformar el vínculo entre el profesional y la persona internada, e implementar internaciones cortas en hospitales generales o centros de salud mental.
“Mi trabajo sucede en la emergencia, es resolver la primera etapa del paciente. Después, la mayoría son derivados a otras áreas, si bien algunos quedan internados y debemos continuar asistiéndolos”. A grandes rasgos, la tarea de Elizabeth consiste en realizar una entrevista inicial, hacer el diagnóstico y luego organizar la división de tareas: repasar la medicación, localizar a la familia e identificar si se trata de una persona adicta, en cuyo caso se debe además decidir adónde derivarlo. Debe, entonces, buscar el centro, clínica u hospital especializado, en caso de deber continuar con alguna internación especial.
Muchos de los informes que prepara acaban siendo útiles en instancias judiciales. Cada caso es único e involucra distintas tareas. Habitualmente atiende 6 o 7 casos en 24 horas, pero a veces puede estar todo el día con algún paciente que le demande más tiempo.
Según explica, su trabajo involucra muchas disciplinas. “Luego de consensuar una estrategia con el equipo, cada uno de sus miembros usa su especialidad a servicio de las particularidades de cada paciente”. Son situaciones complejas que exigen coordinación y agilidad. “Muchos llegan al hospital a través del SAME (Sistema de Atención Médica de Emergencias de la Ciudad de Buenos Aires). Llegan en situaciones críticas y extremas. Los contenemos y orientamos, buscando conectarlos con sus familias y, si se logra, también orientarlas a ellas sobre los procedimientos”.
Elizabeth señala que el trabajo con pacientes de salud mental lleva mucho más tiempo que una consulta médica clínica. “Son necesarias muchas entrevistas, especialmente a las familias, y es aún más complejo si tratamos con pacientes menores de edad. En el caso de adultos, es común que lleguen descompensados, y si son adictos, en estado muy grave”.
La capacidad de reflexionar y accionar al mismo tiempo es fundamental en su profesión y, en general, los trabajadores sociales son ejecutivos pero sin perder la sensibilidad social. Reconoce que es necesario saber “dosificar” la emoción y mantener la “cabeza fría” para poder continuar trabajando en una especialidad que impone mucho estrés. A lo largo de los años, Elizabeth fue aprendiendo a ser cada día más tolerante, a ejercer gran capacidad de escucha y sobre todo a desarmar prejuicios.
Pero ¿cómo mantener la propia salud física y mental con un cotidiano tan complejo, y especialmente cuando involucra pacientes violentos? “Muchos no son conscientes de sus actos, hay pacientes que vienen muy pasados por la adicción, rompen cosas, pueden llegar a golpear, incluso a estar armados”, cuenta así admitiendo la frágil condición de seguridad con la que ella y otros colegas trabajan cotidianamente.
“La verdad que es duro. Mis guardias son de 24 horas y luego me cuesta un día entero reponerme. Es mucha carga emocional que vas absorbiendo, por más que estés acostumbrado a este ritmo. Es común que en el día siguiente a mi guardia, me sienta bloqueada. No quiero escuchar problemas y trato de elaborar emocionalmente la experiencia”, confiesa. Sin embargo, Elizabeth reconoce que su labor también aporta satisfacciones. “Mis victorias son sencillas. Cuando logro derivar un paciente, veo que hice todo lo que estuvo a mi alcance para cuidarlo. Me queda la sensación del deber cumplido y la confianza de que podrá salir adelante, sea donde siga su historia”, confiesa destacando la confianza que deposita en sus compañeros de guardia, que se protegen y cuidan entre todos.
Atenta y pendiente de ayudar, contener y resolver todo tipo de problemas, siente, desde que decidió abrazar su profesión, un gran compromiso por visibilizar y defender a aquellos que tienen sus derechos vulnerados, sobre todo las personas más desprotegidas y olvidadas por la sociedad. “Me gusta pensar que los pacientes van a estar un poco mejor después de mi intervención profesional. Proyectar este deseo es fundamental. Si no pensara así, no podría trabajar”.
Sus planes futuros están centrados en la meta de volcar su labor práctica a la creación y el armado de políticas y proyectos de salud mental.