Hoy ella trabaja en un obrador privado en el barrio de Palermo , ciudad de Buenos Aires, y como mujer está acostumbrada a ser minoría en su ambiente laboral. Así y todo, no se intimida: es habitual para la joven Daiana trabajar al lado de más de cien hombres en una obra. Tal es el caso hoy y cuando participó de la construcción del Viaducto San Martín.
Sus funciones principales son asistir a los técnicos, señalizar la obra, cortar y desviar el tránsito en la vía pública, gestionar los permisos y chequear que cada obrero esté capacitado y use los elementos de seguridad que corresponden.
“Nuestro trabajo es de campo, no de oficina. Recorremos el obrador todo el tiempo, lo conocemos muy bien, y de esa manera también participamos en muchas tareas además de las propias”, explica Daiana. Además de sus labores de rutina, a ella le interesa mirar los planos y hacer observaciones sobre cuál es la mejor manera de organizar los cortes y la señalización.
Uno de los mayores desafíos de su trabajo, precisamente, es la señalización en alturas.
Uno de los mayores desafíos de su trabajo, precisamente, es la señalización en alturas, que consiste en marcar los huecos donde se sacan partes del puente para el Viaducto San Martín.
Si bien el desgaste físico es mucho, porque tiene que estar parada y en movimiento toda la jornada –que, con extras, puede extenderse hasta catorce horas–, también reconoce que hay un desgaste mental, ya que debe estar muy pendiente de que se cumplan los requerimientos de seguridad y cuidado del personal. “Siempre verifico que todo esté bien, hay inspecciones muy seguido y es fundamental que los obreros usemos los elementos obligatorios”, apunta.
Daiana comenzó en el sector de limpieza y al poco tiempo la pasaron a Seguridad e Higiene. Autodidacta, no tuvo una capacitación formal pero su poder de observación y análisis le permitió ir adquiriendo experticia en su campo de acción.
“Creo que es un trabajo de mucha responsabilidad, tengo que estar muy atenta y tener paciencia, sobre todo con los inconvenientes que suceden al trabajar en la calle”, describe sin ocultar el orgullo de haber aprendido las bases en su propia casa, porque su madre es técnica en Seguridad e Higiene.
Para ella, el trabajo en el obrador supera meramente el aspecto profesional, pues le ayudó a formar su carácter. “Antes era muy tímida”, confiesa. Entre sus anhelos profesionales, le interesa aprender carpintería de obra y proyecta formarse en eso. También quiere especializarse en armaduras (encofrados de hormigón) para hacer columnas o dinteles, que son la base de lo que se construye.
Ya acostumbrada a un entorno laboral donde el 98% son varones, cree que hay que romper con la estigmatización de las mujeres en la obra. “A muchos hombres les parecía raro, pero la mayoría pudo adaptarse, aunque sigue habiendo algunos que se sienten incómodos y son mezquinos a la hora de enseñar. Otros sienten vergüenza si una mujer los está ayudando”.
En este tipo de trabajo es fundamental el aprendizaje en acción, en el quehacer diario. El saber se transmite entre pares. Por eso, Daiana destaca que “algunos son colaborativos, buenos compañeros, y te enseñan”.
“Es necesaria la presencia de las mujeres en estos ámbitos para romper con ese esquema de estereotipos –asegura Daiana–: la mujer puede ser capaz en una obra, en una oficina y también es capaz de tener gente a cargo”.