Azul se desempeña como conductora de lanchas taxi en una empresa fluvial de Tigre, provincia de Buenos Aires. Nacida y criada en el Delta, estudió en la Escuela de la Marina Mercante, donde se recibió de marinero, y luego se capacitó hasta obtener la libreta de patrón motorista profesional de primera, que le permite manejar diferentes embarcaciones en redes lacustres y fluviales.
Apenas terminó el colegio secundario, con 18 años, comenzó a trabajar de guía turística en un catamarán de Tigre. Fue en ese ámbito que le empezó a interesar el tema náutico.
En la Escuela de la Marina Mercante aprendió nociones de marinería, en barcos pequeños y grandes, quimiqueros, containeros y barcos de pesca, y estudió las normas y leyes para circular en el agua. Hoy, con su libreta de patrón motorista profesional de primera, su única limitación para navegar es el mar.
Azul no cumplió aún los 30 años y ya cuenta con una amplia experiencia en redes fluviales de distintos puntos de Argentina, ya que trabajó en un catamarán de Misiones durante un año y luego pasó dos temporadas en la Patagonia en una embarcación turística que recorre el Lago Viedma.
Hace 5 años que volvió a Tigre y desde entonces conduce lanchas de pasajeros. Las mismas van a 40 km por hora; si bien parece poco, en el agua la velocidad se siente más. Lleva de 8 a 12 pasajeros, que pueden ser isleños o turistas, hace recorridos de paseos o viajes a islas o sitios puntuales del Delta. Del staff de 10 conductores de lanchas de la empresa, ella es la única mujer, y su dinámica de trabajo incluye un franco por semana y trabajar sábados, domingos y feriados, que es cuando más gente circula por el Delta y requieren sus servicios. Reconoce que es intenso el horario, pero que lo que más le gusta de su trabajo es estar afuera, en la naturaleza, no encerrada en una oficina; y si le toca cubrir alguna actividad bajo techo, siempre está al pie del Río.
“Toda la vida trabajé con turistas, así que cuando tengo que llevarlos voy guiando yo misma el recorrido, no pongo el audio de la lancha”, cuenta Azul, que se autodefine como “muy profesional y gentil” con la gente que sube a su embarcación.
¿Cómo fue dar el salto de ser guía a trabajar de marinera o patrón?
Como siempre seguí trabajando en turismo, tenés que hacer sociales todo el tiempo, porque la gente está ahí al lado tuyo.
¿Cómo es trabajar en un ámbito que sigue siendo masculino?
Nunca tuve problema, me defendí bien pero me costó entrar al rubro, es machista, y que una mujer venga y maneje un barco es como: ¡qué peligro! He tenido comentarios de ese tipo pero claramente les cerré la boca. Ahora yo también a veces hago chistes con el tema, les digo a los pasajeros: el que se arrepiente que se baje de la lancha. También he tenido comentarios del tipo que una mujer es más precavida, y que han viajado con choferes varones y no ha sido tan placentero el viaje como conmigo. He tenido más halagos que críticas.
¿Tuviste algún momento difícil o peligroso en estos años de trabajo?
En el sur trabajaba en el lago Viedma, hacíamos la visita al glaciar Viedma en su momento; hay una zona del lago que el viento es muy fuerte, se hace mucho oleaje, la combinación del viento y el oleaje es como estar navegando en el mar. Una vez tuvimos que ir a buscar en pleno temporal a una gente que estaba haciendo una caminata sobre el glaciar. Los habíamos llevado por la mañana y el temporal se armó a la tarde, teníamos que ir si o si a sacarlos. Estábamos el patrón y yo, que en ese momento era marinero; cuando estábamos volviendo se rompió uno de los motores (un catamarán se maneja con dos motores, un solo motor no alcanza para enfrentar el viento que hay ahí, una ráfaga de 120 km por hora te gira el barco). Así que volvimos dando vueltas en espiral para no agarrar una ola de costado y que levante el barco y se diera vuelta en campana, tardamos 4 horas y media para un tramo que en teoría debíamos hacer en una hora. El patrón estaba abajo tratando de arreglar lo que se había roto y yo arriba tratando de que el barco no se diera vuelta.
¿Cómo viviste esa experiencia?
En el momento no te das cuenta porque tenés tanta responsabilidad encima, y sobre todo tenés que transmitir calma a los pasajeros, no podés demostrar miedo cuando estás a cargo de un barco.
¿En el Delta que situaciones peligrosas pueden producirse?
Que se te cruce algún botecito o que un yate vaya rápido y haga mucho oleaje, además hay mucha irresponsabilidad de gente que no sabe las normas del río y pasa navegando por cualquier lado. Por el color del agua también es peligroso agarrar un tronco y romper una hélice, porque no los ves.
Para Azul es fundamental transmitir seguridad y cordialidad en su rol: muchas veces debe animar a subir a la lancha a pasajeros miedosos, pero ella misma tiene la certeza de que su embarcación está en condiciones para afrontar el viaje o paseo, ya que es la responsable de chequearla minuciosamente antes de salir, siempre con los elementos de seguridad obligatorios a disposición.
Reconoce que en el Delta cada vez hay más circulación, se ven embarcaciones nuevas y se han sumado muchísimas lanchas en los últimos tiempos; eso representa un desafío y también más trabajo.
Azul señala que disfruta de ser servicial con los pasajeros: “Siempre hago que el viaje sea lo más tranquilo y placentero posible y no que se vayan con el miedo de agarrar el río Luján un domingo a las 6 cuando parece un mar, intento que el que venía con miedo se relaje”.
Entre sus gustos náuticos, confiesa que le fascinan las lanchas de carrera. Aún no tuvo la oportunidad de manejar ninguna, pero no lo descarta en un futuro, y cuenta como curiosidad que siempre soñó con conducir un barco que, lamentablemente, hoy no está en funcionamiento: el Hércules, un viejo y gran catamarán perteneciente a la empresa quebrada Cacciola.
Para seguir creciendo en su profesión, proyecta retomar la carrera de Arquitectura Naval que comenzó a cursar en el 2018 en la Universidad de Quilmes, pero debió ponerla en pausa por un tiempo debido a la pandemia y su reciente maternidad.