Anny es doctora en Ciencias Sociales e investigadora de CONICET. Se especializa en temas afro desde una perspectiva latinoamericana. Además de dar clases en varias universidades, preside la asociación de investigadores/as afrolatinoamericanos/as y del Caribe (AINALC).
Anny nació en Cali, Colombia. Egresó, en 2003, como licenciada en Ciencias Sociales por la Universidad del Valle, donde se desempeñó como docente de secundaria. En 2007 llegó a la Argentina luego de postularse para obtener una beca para realizar una maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), allí mismo cursó, más tarde, su doctorado.
Sus primeros pasos laborales en nuestro país fueron como docente en apoyo escolar y talleres. Más tarde comenzó la carrera docente en la universidad. Hoy se desempeña como docente de grado y posgrado en FLACSO, en la Universidad Nacional de Tres de Febrero-UNTREF y en la Universidad Nacional Pedagógica. Forma parte del equipo de investigación de la Cátedra UNESCO “Educación Superior y Pueblos Indígenas y Afrodescendientes en América Latina” de UNTREF. Ha sido consultora del PNUD, UNESCO-ESIAL, MERCOSUR y SEGIB. Es coordinadora de la Comisión de Mujeres Afrolatinoamericanas de la Red Interdisciplinaria de estudios de género de UNTREF.
La investigación de temas vinculados a la cultura afro y a la diáspora africana despegaron en el país a partir de la experiencia personal. Ha publicado varios artículos en revistas académicas, sobre afrodescendientes y políticas educativas con perspectiva étnico-racial, interseccional y de género. También es co-editora de tres libros sobre los mismos temas.
¿Cuándo comenzó en tu vida el proceso para llegar al que hoy es tu principal objeto de estudio?
A los 14 años fui parte de un grupo juvenil, que se llamaba Enrique Olaya Herrera, en el barrio donde vivía, en Cali. Allí trabajábamos con jóvenes afro, no afro y mestizos en general. Se desarrolló allí un trabajo comunitario muy importante que me sirvió mucho y me impulsó a seguir la carrera. Haber transitado esa experiencia, aunando a que en el grado octavo de la escuela llegó una profesora de ciencias sociales que nos abrió mucho la cabeza, fue decisivo para que después me planteara el desafío de ingresar a la universidad. Creo que, desde ahí empezó mi interés por el tema. Luego entré a un programa de derechos humanos para jóvenes de la Corporación Don Bosco, que fue un proceso hermoso para mí, y quedé de monitora trabajando para ellos. Allí trabajaba fundamentalmente con gente afro, personas del oriente de la ciudad de Cali, una ciudad bastante segregada en términos étnicos-raciales. El oriente de la ciudad es negro; son los barrios con más dificultades económicas. Entonces, desde ahí viene el trabajo que yo realicé. No era un trabajo de investigación, era de intervención. También pertenecí al grupo Kumahana, que trabajaba desde una perspectiva étnico-racial.
¿Cómo fue la inserción del tema afro en tu trayectoria académica?
Cuando me presenté a la beca para FLACSO iba hacer un trabajo con jóvenes de sectores populares de Argentina y Colombia, no había plateado aún el tema étnico-racial, pese a que trabajaba con jóvenes negros. Mi objeto como tal lo logré acá, en la experiencia de vivir en la Argentina, si bien en la licenciatura que hice en Colombia hice un proceso muy interesante con mi identidad negra, al cursar, por ejemplo, materias como estudios afrocolombianos y colonia. Además, conocí personas afro que tenían muy politizada su identidad, entonces en un momento un profesor amigo me dice: “usted no sabe toda la historia que tienen sus apellidos”. Allí, empezó un proceso de resignificación de esos apellidos, que, en mi historia personal, en la escuela y en la secundaria, había padecido. Mi papá se había cambiado sus apellidos, pero no lo hizo con nosotros, él se puso el apellido paterno, que es un apellido blanco, y yo quería llevar el mismo apellido que él. Tenía esa idea de sentir que mis apellidos eran feos. Colombia tiene esta riqueza de que se han conservado muchos apellidos de origen africano que yo descubro en la universidad, desde ahí, deja de ser algo que me da vergüenza para ser algo que me enorgullece, porque son parte de nuestra memoria ancestral afrodiaspórica.
¿Y cómo fue que te metiste de lleno en el tema cuando llegaste a Argentina?
Yo venía con toda esa experiencia, fortaleciendo toda esa identidad negra desde la universidad y acá, la llegada a la Argentina, me dio la posibilidad de entrar del lado de la investigación, ya había participado en una investigación pequeña en Colombia, en 2004, pero acá despliego eso a través de mis estudios de maestría. Al principio venía con la idea de trabajar con jóvenes de sectores populares como objeto de estudio, pero luego el tema fue cambiando a partir de mi experiencia de ser negra en la Ciudad de Buenos Aires.
¿Cuál fue el escenario con el que te encontraste en Buenos Aires?
Cuando llegué, hace 15 años, la presencia negra no era tan visible en las calles de la ciudad. Yo transitaba y todo el mundo se volteaba a ver, era como tener unos reflectores encima, no fueron fáciles esos días. Viví distintas situaciones, cuando llego a la facultad también era la única alumna negra y una compañera me dice –esa fue la primera idea de acercamiento al tema– “acá no hay negros, solo vas a ver negros en los actos del 25 de Mayo”. Se me encendieron las alarmas; luego conocí una colega brasileña afro, que también me acercó textos de acá y comencé a recorrer la idea de la historia de los afroargentinos. En paralelo comencé a observar actos, a leer, y me encontraba con que no había trabajos sobre el tema; había referencias, notas a pie de página o al pasar. Fui encontrando lecturas y reconstruyendo esa historia negra en la Argentina y, también, atravesando mi experiencia personal, de ser negra en la ciudad y haciendo camino de investigación desde ahí. Entonces de algún modo las cosas que me pasaban me fueron dando valor para encarar el tema de investigación: interpelar eso que pasa, esa mirada de extrañamiento, qué la produjo, cómo, en qué momento, qué procesos históricos explican eso que estoy viviendo hoy. Por eso digo que investigar para mí fue un acto de liberación, desde ahí el tema se afianzó más en mi vida.
¿Qué particularidades tiene la Argentina respecto a la cultura afro?
El hecho de que la presencia negra es minoritaria en Argentina configura otro tipo de prácticas. En Colombia está reconocida esa población constitucionalmente y acá no. La Argentina ingresa más tardía en esto, en virtud de que es un movimiento más chico y de que los procesos históricos son distintos. Hoy en Colombia se reconoce que la población negra es de un 10% de la población, pero hay mucho subregistro y mediciones alternativas que hablan de que somos un 26%, y en Argentina el censo del 2010 decía que eran 0,4 %, aún no contamos con el resultado del censo de este año. En la región, tenés a Brasil con más del 50% y Cuba con 35%, entre los que más tienen, y de allí al 10% en Panamá y Colombia, Uruguay con el 8% y un último grupo con el cero coma tanto como Argentina y Chile. Las diferencias tienen que ver con procesos históricos distintos. Acá hubo un proyecto de estado-nación que desalentó, institucionalmente, la presencia de esta población, y tuvo la pretensión de aniquilarla. El relato en Colombia fue un relato mestizo, somos una nación mestiza que de alguna manera lo que hacía era disolver las marcas indígenas o negras, que se consolida con el predominio de las herencias hispánicas. Acá el relato es de blanqueamiento, también muy fuerte en el sur de Brasil, vía la inmigración. Son procesos distintos que van a consolidar otro movimiento y otras particularidades.
¿Cuál fue el lugar de las mujeres en la cultura afrodescendiente?
Ese tema también lo fui trabajando desde mi tesis de maestría. En los actos escolares tienen a las famosas “negritas candomberas” y ahí me encuentro que las mujeres siempre han tenido una participación destacada en los distintos procesos de independencia que es también un tema muy invisibilizado, poco explorado, poco investigado. Sin embargo, el papel de las mujeres ha sido central, ellas conformaban organizaciones y sociedades de ayuda mutua y, además, la mayoría de la población masculina perecía en la guerra, así que ellas tenían que afrontar la vida y la sobrevivencia, han trabajado activamente para desarticular el sistema esclavista. Creo que todavía están bastante invisibles esas contribuciones de las mujeres a los procesos de independencia en América Latina y el Caribe. Incluso, dentro de las efemérides que en América Latina existen para la población afro, hay pocas que han recuperado la figura de mujeres, cuando ha emergido la fecha de la abolición de la esclavitud han tomado figuras masculinas. Muy pocas que han retomado la figura de mujeres, entre ellas está la Argentina que ha tomado el 8 de noviembre como Día de los Afroargentinos y de la Cultura Afro en conmemoración a la fecha en que falleció María Remedios del Valle, que es una figura que sigue siendo reivindicada. Y Cuba con Mariana Grajales que es su heroína.
¿En qué año Argentina se declara esta fecha?
En el 2013, es que todo lo que acá se ha consolidado fue a partir del Censo del 2010, que dispara la creación de algunos programas del Estado. Hoy la cuestión está avanzando, pero viene desde ahí por eso digo que Argentina se inserta de una manera más tardía , distinta de América Latina, que esto lo vivieron en los años 90.
¿Cómo combinás la investigación con la docencia?
Hago varias cosas al mismo tiempo, pero siempre me anoto lo que tengo que hacer, tareas de la semana, hago siempre eso para poder llegar, ya que estoy tironeada desde muchos espacios, acá se trabaja en muchos lugares y eso hace difícil ocuparse de un solo tema. Quiero hacer un artículo que me lo debo sobre mis apellidos, además tengo tesistas, que es un trabajo que te lleva muchísimo tiempo, estar leyendo a otros, acompañarlos. Me dedico a la docencia, a la investigación y también trabajo de manera “ad honorem” o voluntaria impulsando una asociación de investigadores afro que creamos hace unos años en Brasil. Así que siempre estoy creando alguna mesa, coordinando alguna cosa, escribiendo, investigando o dando clase.
¿Cuáles son las dificultades en tu profesión como investigadora?
Cuestan las condiciones materiales de producción científica en América Latina, no son en general muy buenas. Cuando uno compara con otras regiones del mundo, observa que aquí se produce conocimiento científico en condiciones muy desiguales. A eso se le agrega que en la Argentina hay muy pocos grupos de pesquisa que estén integrados por población negra, entonces tenés las propias disputas del campo científico con una hegemonía de una blanquitud muy fuerte. A veces es una barrera para investigadores afro porque hay muy poca apertura desde estos lugares, muchos investigadores prefieren tenerte de fuente de información y no como colega, hay muchas tensiones con eso, es parte del racismo epistémico. Otra de las dificultades es que se trabaja muy en soledad, por eso yo fomento mucho mis alianzas hacia afuera, trabajo con investigadores afro de Brasil, de Colombia, de Cuba y con gente no afro que tiene una perspectiva antirracista muy valiosa. Otra dificultad personal es que, al no tener mejores condiciones de producción científica, tenés que estar tironeado y laburando en muchas partes, acá doy clases en varias universidades para poder lograr un buen salario.
Anny ingresó recientemente en la carrera de investigadora en el CONICET con el proyecto de investigar las trayectorias educativas de mujeres negras migrantes desde una perspectiva interseccional. Reconoce esto como un logro muy importante y esperado en su carrera, pero también destaca que le gusta mucho dar clases y formar estudiantes, así como afianzar sus espacios de investigación y lucha contra el racismo con sus colegas. Su aporte al estudio de la comunidad negra en Argentina seguirá creciendo en nuestro país a través de su trabajo.